La tradición masónica acomete, entre otras cosas, una iniciación espiritual a través de los símbolos. Pero la tradición no debemos confundirla con tradicionalismo, sino que debemos adecuarla al aquí y el ahora del momento presente. Entre las adecuaciones que vemos necesarias se encuentra la de adaptarse a la velocidad en la que los cambios se suceden en la sociedad actual. La toma de decisiones, la adopción de posturas ante los problemas sociales y medioambientales del mundo contemporáneo, debe adquirir más rapidez, que no apresuramiento, si no queremos que cuando las hayamos tomado estén ya obsoletas.

A la hora de afrontar el siglo, debemos tener presente que los tres pilares de la Masonería, difundidos por la Revolución Francesa, Libertad, Igualdad, y Fraternidad, siguen aún sin desarrollarse. La libertad no existe en muchos países, y allí donde se da es meramente formal: la desigualdad sigue imperando entre los seres humanos, tanto a nivel económico, como étnico y sexual; la fraternidad es escasa, pues priman los intereses particulares y egoístas sobre el bienestar social.

El siglo XXI se abre con un proceso de globalización generado por la internacionalización del sistema capitalista y la revolución de las comunicaciones. Así mismo por la aceptación mayoritaria en los países desarrollados de la democracia liberal, combinada con un sistema unipolar de poder.

El resultado de esta situación ha sido un hombre motivado casi exclusivamente por la búsqueda del bienestar material , el consumismo, el individualismo, el egoísmo y la falta de respeto hacia lo diferente. Así mismo hemos asistido al desarrollo de los fundamentalismos de todo tipo, que han puesto en peligro la paz y la relación entre hombres y pueblos. Estos son los desafíos a los que se ha de enfrentar la Masonería en la actualidad.

Esta crisis de valores de la que adolece nuestra sociedad se hace aún más aguda por la incapacidad de las instituciones sociales de darle respuesta. La caída del enemigo comunista, ha lanzado al capitalismo a su aspecto más salvaje, hasta que desembocó en su propia crisis, que vivimos en este momento y que recae fundamentalmente sobre los sectores más desprotegidos. La ganancia rápida, la avaricia, el consumo desmedido, la valoración de lo superficial se han impuesto sobre le trabajo, el esfuerzo, la reflexión, el pensamiento crítico, el conocimiento y el ahorro.

Tanto los sindicatos tradicionales como los partidos políticos se han ido integrando en el sistema, olvidándose progresivamente de los colectivos más desamparados: jóvenes, trabajadores de edad, ancianos. La precariedad laboral y los salarios bajos son el resultado de esta integración. Unos y otros han delegado o se han dejado comprar por las instituciones financieras y las grandes multinacionales.

Las iglesias, apoyo tradicional del poder, siguen acosando con sus dogmas morales todo acto o pensamiento diferente a sus principios.

La imposición del pensamiento único y la globalización de los capitales (que no de los pueblos), están llevando al ser humano a ser menos libre, aumenta las desigualdades e incrementa la insolidaridad; los valores que nosotros defendemos son la antítesis de estos valores negativos que se van extendiendo en nuestra cultura.

La ignorancia, aunque parezca sorprenderte aludir a ella, en una sociedad donde la educación se ha generalizado y donde el desarrollo tecnológico ha producido cantidades ingentes de información y unas rápidas comunicaciones, sigue vigente, pues el hombre de hoy, acostumbrado a que todo se le de hecho, ha dejado a un lado el pensamiento crítico y absorbe como si fuera materia de fe, la información de los mass media que se encuentra cada vez más uniformizada, sin someterla a ningún análisis ni comparación, siendo por tanto un instrumento ciego en manos de quienes manejan las informaciones mundiales según sus particulares intereses.

En un mundo en que el fanatismo y la intolerancia marcan el presente de la humanidad y en el que las religiones y los sectores políticos más conservadores se unen para anular las libertades y los progresos sociales conseguidos a base de siglos de lucha y sufrimiento, en un siglo en el que millones de personas sufren la miseria, el hambre, la persecución o la guerra, donde la amenaza del terrorismo ha sido manipulada para ofrecer a la sociedad una falsa seguridad basada en un recorte cada vez más preocupante de las libertades, y donde la ambición de los menos está poniendo en peligro las propias condiciones de vida del planeta, la Masonería puede ofrecer una respuesta de carácter esencial, porque sus fundamentos y sus símbolos tienen un carácter universal, y están basados en la integración , la solidaridad, y la libertad. La difusión de estos valores puede contribuir a que los hombres del S. XXI tomen conciencia de los elementos primordiales de la vida humana y del universo, y llevándoles a buscar la paz , la justicia social y la armonía, como supremo deseo colectivo.

La masonería liberal, que nuestra Orden representa, puede y debe ser el faro que guíe a una sociedad necesitada de nuevas propuestas que le permitan mantener la esperanza de una Humanidad mejor. Debe ser capaz de generar propuestas de cambio y regeneración necesarias para una sociedad huérfana del apoyo de las instituciones anteriormente mencionadas.

La Masonería se encuentra frente al imperativo moral de difundir sus ideas de cara a preparar al hombre del siglo XXI para eliminar los obstáculos anteriormente expuestos que impiden el desarrollo ético y el progreso de la Humanidad. Pero para cumplir sus funciones en el nuevo siglo como comunidad de hombres libres efectivamente útil en términos sociales, será necesario dar a conocer estas ideas y hacer propuestas claras que contribuyan a su consecución, lo que implica salir de los talleres y abrirse a la Sociedad. Debería por tanto la Masonería buscar un equilibrio entre su función interna como sociedad Iniciática, que da al hombre individual herramientas y procesos para pulir su piedra bruta del egoísmo y la separatividad, con la otra función externa, que persigue el progreso de la Humanidad en su conjunto, y que demanda por tanto una acción comprometida con la Justicia y los ideales aún sin cumplir de Igualdad, Libertad, y Fraternidad. La combinación justa de ambos aspectos masónicos es fundamental, pues de poco sirve que uno haya pulido su piedra y sea un excelente persona, si los valores de los que se ha dotado, quedan encerrados dentro de uno mismo. El cambio individual debe salir de ese ámbito y proyectarse hacia el entorno y a toda la Humanidad.

Nuestra tarea en este siglo pasa también por la defensa a ultranza del laicismo, entendido en el sentido correcto de la palabra, es decir la separación total entre lo religioso y lo público. Este espíritu laico nos lleva no a enfrentarnos a las creencias, sino a los intentos de imposición de las mismas.

Especial esfuerzo debemos poner, siguiendo el mandato de nuestra fundadora, en la defensa de la mujer y la infancia, que siguen siendo los sectores más castigados en todo tipo de crisis, ya sea tipo económico, o como consecuencia de una guerra. Hay que recordar que la pobreza en sobre todo femenina.

Y avanzando en el espíritu mixto, internacional y federal, podemos adentrarnos en el camino de la autogestión y el apoyo mutuo, llevando a la sociedad, más que nuestras palabras, nuestras obras, enseñar con el ejemplo e implicarnos con los que nos rodean, aportando nuestra ayuda, allí donde podamos y denunciando la injusticia, la explotación, la situación medio ambiental etc.

Podríamos cerrar diciendo que la tarea de la Masonería actual será pues construir, no catedrales como en el pasado, sino un mundo en que Justicia social sea una realidad y en el que se conjugue esa Justicia social con la verdadera democracia, pero, sobre todo, con los valores supremos de la Institución Masónica, que son la Libertad, la Igualdad, y la Fraternidad.