Alimentación, sanidad y educación son términos absolutamente desconocidos en muchos países del Segundo y Tercer Mundo para casi todos sus habitantes, y que en el caso de la infancia alcanza, si cabe, sus mayores cotas. Desgraciadamente, esto es algo que empezamos a ver cada día con más frecuencia en el denominado Primer Mundo, entre nosotros, en esta Europa que nos han robado. Podríamos abandonarnos al pesimismo y, ante el desalentador panorama, encogernos de hombros y pasar del asunto de la misma manera que nos desentendemos de todas aquellas cuestiones que, constantemente, los medios de comunicación nos ofrecen de una forma abrumadoramente prolija, tanto que en ocasiones empiezan a no afectarnos. Estamos comenzando a resultar anestesiados ante los problemas que nos aquejan, algunos porque los vemos demasiado lejanos, y otros porque son el pan nuestro de cada día, y su repetición machacona hace que los asumamos como algo inherente a la propia realidad social en la que nos ha tocado vivir. Podríamos abandonarnos, pero no debemos, no podemos. Tenemos la obligación moral de tratar de cambiar el actual estado de las cosas.

Quienes deberían ser referentes y proporcionar soluciones tienen intereses más importantes que estas cuestiones de las que estamos hablando y, por tanto, aquellas personas que buscan una respuesta no la encuentran en donde hasta la fecha se suponía que podían hallarla. Ni iglesias, ni partidos políticos ni sindicatos ofrecen soluciones que vayan más allá de su propia y pequeña realidad.

Iglesias, partidos políticos y sindicatos se han convertido en parte del sistema, son el sistema, y por ello en vez de aportar soluciones y ofrecer respuestas se afanan, triste realidad, en recortar los derechos adquiridos.

Quizá las preguntas que os hagáis tras lo anterior sean: ¿Qué nos queda? ¿Dónde encontrar las respuestas? ¿Cómo encarar los problemas de una sociedad descentrada y en la que nadie parece ser capaz de proporcionar las soluciones necesarias? Sí, existe una alternativa a la vacuidad, a la soledad y al desánimo. El Derecho Humano, al ser una Obediencia nacida con vocación internacionalista e integradora de todos los seres humanos en un quehacer común, puede abordar los problemas con una perspectiva global tanto en lo humano como en lo geográfico.

La igualdad y el internacionalismo no son mera declaración de principios, en estos momentos una mujer preside el Supremo Consejo Internacional Mixto y otra se encuentra al frente de la Orden en España. No se trata de una cuestión de cremalleras, la antecesora de nuestra actual Gran Maestre también fue una mujer y a nuestra actual Presidenta la han precedido dos hombres y a éstos otra mujer. Buscamos a la mejor o al mejor en cada ocasión, no necesitamos forzar la igualdad de oportunidades, ya que existe «per se» en el seno de nuestras logias. Por otra parte, nuestra presencia se extiende por más de 60 países de los cinco continentes, lo que nos proporciona una visión global de los problemas sociales en sociedades diferentes y con distintos grados de desarrollo social, económico y cultural.

Además, continuamos siendo fieles a nuestros principios fundacionales, seguimos creyendo que es posible la consecución de una sociedad más justa, fraterna y libre en la que se respeten todo tipo de creencias o no creencia y en la que ni unas ni otra condicionen la vida social.

Nos acercamos a los problemas de nuestra sociedad tratando de encontrar posibles soluciones, alejados de cualquier concepción dogmática, con una amplitud de miras que difícilmente se podrá encontrar en quienes tienen otros fines: salvar almas, alcanzar el poder político, el control de la fuerza laboral… de tal manera que nuestras reflexiones se encuentran abiertas a la discusión y a la crítica precisamente por no considerarnos en posesión de ninguna verdad exclusiva ni excluyente.

Nuestra Orden se define como laica desde el mismo momento de su nacimiento, pero esto no supone, bajo ningún concepto, ningún tipo de anticlericalismo. Por ello, y porque somos conscientes de la necesidad que pueden tener algunos de nuestros congéneres de creer en algo más allá de este mundo, lo que se conoce como trascendencia y que puede adoptar múltiples formas de expresión, no sólo no nos oponemos a ello, sino que, muy al contrario, reivindicamos el derecho de cada ser humano a ejercitar esta opción de la manera que considere conveniente, aunque, eso sí, sin que sus opiniones en tal sentido puedan marcar la vida social o política del resto de la sociedad.

No serán los políticos quienes puedan llevarnos a esa sociedad que nos afanamos en construir, tampoco los clérigos de cualquier religión, sino las pequeñas aportaciones en busca de ella de cada uno de nosotros y nosotras, y esas aportaciones pueden hacerse desde muy diferentes lugares. Los masones consideramos que nuestro método de trabajo es adecuado para ello. Nuestros rituales nos aportan un ambiente que propicia el intercambio sosegado de pareceres, la reflexión, el estudio y la construcción permanente de una obra cuyo remate nos llevaría a esa sociedad perfecta, seguramente inalcanzable, pero hacia la que debemos tratar de llegar poniendo para ello cuantos esfuerzos sean necesarios.

Este artículo fue publicado como Tribuna en el diario La Nueva España de Oviedo el 6 de noviembre de 2013