Voltaire3

  1. Un apunte histórico

    La libertad de conciencia no es una cuestión de hoy sino que podemos encontrar antecedentes muy remotos, más de 3.000 años antes de Cristo, tanto en la Grecia clásica como en la India.

    La expansión del catolicismo y su concepción como “religión verdadera” supuso que el concepto de libertad de conciencia se diluyera durante la Edad Media ya que es difícil abstraerse de lo que supone contar con una religión prácticamente única y omnipresente y que, además, resultaba ser la única verdadera.

    La aparición de la Reforma luterana, siglo XVI, supuso un primer paso en el renacimiento de la libertad de conciencia no en vano habría la posibilidad de una libre interpretación de la verdad revelada aunque, naturalmente, partiendo del hecho incuestionable de que tal verdad era incontrovertible.

El nacimiento de la masonería en Inglaterra en el siglo XVIII, en pleno periodo de la Ilustración, supondría el primer paso hacia la definición de las líneas filosóficas de una verdadera Libertad de Conciencia con la introducción de la figura del Gran Arquitecto del Universo; se trataba de un concepto absolutamente novedoso, que permitía un amplio abanico de posibilidades a la hora de dar forma a algo tan etéreo como es la existencia de un ser superior, más allá de la religión de cada cual.

Es bastante evidente, por otra parte, que ese espacio de incipiente Libertad de Conciencia quedaba relegado a las logias masónicas y al trato entre los Hermanos, y que excluía de una manera clara y rotunda a la mujer como ente pensante y libre. En todo caso es innegable la contribución de la primitiva masonería al nacimiento del concepto de Libertad de Conciencia, del mismo modo que lo es el que aquellos primeros y tímidos pasos abrieron espacios que, por desgracia, tardarían aún años en florecer.

Ciertamente no son los masones ingleses los primeros en proponer vías de conciliación por encima de las particulares creencias de cada cual, John Locke en su Epístola de la Tolerancia ya marcaba en 1689, de alguna manera, el camino que seguirían los primeros francmasones de la mano del pastor Anderson y su ya mencionado “descubrimiento” del GADU.

En cualquier caso poner la razón por encima de la creencia no llegaría hasta 1872 con el pronunciamiento realizado por el Gran Oriente Belga y que eliminaba la obligatoriedad de mantener la figura del GADU; este hecho fue seguido cinco años más tarde por el Gran Oriente de Francia. En esos momentos se puede decir que nacía el concepto de laicismo al dejar la religión restringida al ámbito estrictamente privado, concepto que tendría su plasmación real en la Ley de 1905 de la República francesa.

Nos parece evidente que tal manera de entender la convivencia cívica iba, con esta Ley, más allá de las pretensiones de quienes pensaban que la creación de una figura como el GADU habría el camino hacia campos de tolerancia, campos reducidos al ámbito de qué creer pero en los que nunca se contemplaba el no creer, por supuesto separar la Iglesia, cualquiera que fuere, del Estado.

No vamos a negar que, en todo caso, el paso dado por Anderson en 1723 fue realmente importante pues desarrollaba la infraestructura necesaria para propiciar la convivencia de los distintos, e incluso de los contrarios, en un espacio de tolerancia difícilmente concebible en su época

  1. Consideraciones filosóficas

Existe un cierto consenso en considerar que tolerancia es algo que va unido al concepto de libertad de conciencia, tolerancia entendida como respeto y no como quien permite, desde una posición de superioridad, manifestaciones diferentes a las propias en cualquier campo que examinemos.

Un Hermano de nuestro taller nos proponía la metáfora de la perla para expresar su opinión de que al igual que la perla nace de un simple grano de arena introducido en la ostra con el fin de que esta herida vaya generando sucesivas capas de nácar, para nosotros el ir acumulando capas de conocimiento serían las que nos llevarían a revelar nuestra perla, nuestra Libertad de Conciencia.

Como muy bien dijo otro de nuestros Hermanos la libertad de conciencia es un bien de escaso valor si no va acompañado de la posibilidad de expresarse libremente, si no contamos con la Libertad de Expresión, concepto y derecho que acompaña inexorablemente al anterior ya que aquel sin este carece de valor real, de nada sirve pensar con absoluta libertad si no tengo la posibilidad de expresar esos pensamientos.

Resulta curioso que la defensa de la libertad de conciencia se haga siempre, mayoritariamente al menos, desde posiciones laicistas e incluso radicalmente anticlericales. Parece que un alto porcentaje de quienes carecemos de creencias somos capaces de entender y respetar a quienes las tienen, mientras que a viceversa es bastante difícil encontrar la que sería natural correspondencia.

Georges Martin, nuestro fundador, ateo y anticlerical declarado, contaba entre sus mejores amigos a teósofos de la talla de Annie Bessant u Oswald Wirth, en quienes se apoyó para llevar a delante su magna obra de Le Droit Humain. Este hecho pone en evidencia que el respeto al otro, del que ya hablamos, es consustancial con la práctica de una verdadera Libertad de Conciencia. No podríamos negar que, de la misma manera, a esto nos ayuda la utilización de una de las herramientas que ya se ponen al comienzo de la andadura masónica en manos de nuestros Aprendices y Aprendizas, la regla.

Parece conveniente señalar que la Libertad de Conciencia es no sólo un derecho sino que debe ser ejercitada mediante el oportuno concurso del pensamiento crítico que no está necesariamente reñido con las creencias religiosas como nos ha enseñado la historia de forma reiterada.

Desde Lutero hasta los representantes de la teología de la liberación han sido cientos los creyentes que han ejercido esa libertad no para posicionarse en contra de sus creencias, sino para buscarles unas interpretación más acorde con su proyecto vital.

Como masonas y masones liberales, mantengamos posiciones ateas o agnósticas o como creyentes, tenemos la obligación moral de llevar la libertad de conciencia a la sociedad civil como herramienta con la que derribar los muros del pensamiento único, cuya finalidad es la de conseguir sociedades absolutamente alejadas de las que como masones en general, y como miembros del Derecho Humano para nosotras y nosotros en particular, tenemos como horizonte utópico al que llegar.

  1. Consideraciones finales

    Creemos que, más allá de imposibles reivindicaciones acerca de la paternidad que masonas y masones pudiéramos esgrimir como timbre de orgullo, es innegable el papel jugado por las logias masónicas como espacios en los que se practicaba y se practica algo tan difícil en ocasiones como practicar y, mucho más importante, fomentar la Libertad de Conciencia.

    Nos parece difícil concebir la existencia de una Logia en la que no exista el respeto al que piensa diferente, por muy grande que sea la diferencia; no somos capaces de concebir la existencia de un taller masónico en el que no sea posible la convivencia entre quienes mantienen posiciones discrepantes; tampoco podríamos entender que no se hiciesen los esfuerzos necesarios para unir aquello que está disperso, en el bien entendido de que todas y todos actuamos de buena fe.

    Creemos firmemente que la Libertad de Conciencia es, seguramente, una de las tareas importantes en nuestro diario quehacer, la gran pregunta es si la practicamos en la medida necesaria.