Hoy me he levantado y soy una piedra sedimentaria.

Estoy compuesta por sucesivas capas de estratos que el viento, el agua o el hielo transportaron en los momentos precisos para que la física y la química provocaran mi formación.

Soy una de tantas, común, definible, estática y previsible, pero con un orden interno único.

Me llaman caliza, debido a mi componente principal, el que me da mi ser, pero con trazas de arcilla, cuarzo y algo que está por identificar y nombrar a lo que llamaré excipiente. Ese excipiente es lo que probablemente me hace y me hará especial.

Pensaba desde siempre en convertirme en cemento o mortero, pasando a formar parte de las construcciones y obras de ingeniería, ideadas por mentes racionales, que pretenden satisfacer necesidades e incluso egos.

Pasado el tiempo los elementos actuarán sobre mi nuevo estado, me degradarán, meteorizándome, haciendo que aquellos orgullosos edificios se debiliten y con el inminente
derrumbe, se perderá mi esencia ya diluida y desplazada entre la vulgaridad de la ignorancia de quien ya cree tenerlo todo hecho.

Sería una piedra-masa, a salvo con las demás. Una vida fácil, cerrada a la progresión personal por innecesaria. La exaltación de la ignorancia.

Sin embargo otra opción es posible, me genera entusiasmo e ilusión por el progreso.

Variaciones importantes de temperatura y la acción de grandes fuerzas me llevan a un estadio distinto, puedo ser mármol, aspirar a ser utilizado para perdurar, para crecer y transformar sueños en figuras reales, moldeado por manos expertas en la búsqueda de la excelencia del artista artesano.

Ojalá entonces mis impurezas me den colores y matices hermosos, que mi calidad permita un pulido fino y que ese brillo no oculte mi interior, ni mi excipiente, porque entonces no podría ser, no podría estar donde quisiera verme.

Hoy me he acostado y soy mármol trabajándose.