Segunda parte del trabajo de Víctor Guerra sobre la tarea de las logias masónicas más allá de las tareas iniciáticas o simbólicas que se puede encontrar aquí
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Queda como manifiesto de lo dicho el resumen que le envían al Soberano Gran Comendador, la logia Juan Gonzalez Río con fecha del 25 de enero de 1890 en la cual le dicen:

«También hemos hecho extensivos nuestros trabajos aliados de los elementos afines a la constitución del nuevo ayuntamiento,  llevando al seno de aquella Corporación seis hermanos y  alcanzado mayoría los republicanos, derrotando en la elección de Alcalde a las huestes pidalinas, que contaban seguro el triunfo. De este hecho trascendental en la marcha progresiva de nuestra  Institución en estos valles, se han ocupado preferentemente los periódicos católicos y monárquicos de esta capital, atribuyendo el triunfo de los demócratas a la influencia masónica que consideran irresistible”

Por otro lado hay que tener en cuenta que el debate interno de las logias ovetenses, en un momento dado, versaba sobre la necesidad de incorporar a los obreros a los trabajos masónicos, y se argumentaba de esta manera:

“…Tengamos más que nunca especial cuidado al proponer la admisión de profanos trabajadores, procurando que sean de conducta intachable y que les adornen dotes de virtud y honradez e inteligencia…. y sea realicen trabajos prácticos que tengan resonancia en la vida profana y que al protestar contra los actos reprobados de algunos anarquistas se haga patente el fin humanitario de la masonería, .aunando todos nuestros esfuerzos, nuestra inteligencia y energía, comencemos la lucha, noble, pero porfiada y ruda contra el crimen y la ignorancia y contra la mal llamada Anarquía, tendiendo nuestra mano y abriendo
nuestros templos al Socialismo, como uno de los medios que pueden contrarrestar las nefandas teorías del terror”

No hay duda que, en el siglo XIX, un obrero, obviamente alfabetizado -dado que esta es una de las condiciones imprescindibles para ser masón-, aceptado en una logia, accedía paulatinamente -si se aplicaba- a la posibilidad de ir aprehendiendo, no sólo la variada y compleja serie de usos y maneras conductuales típicas del ethos burgués (lo indispensable para poder ir a su primera tenida era agenciarse -comprarlo, alquilarlo o pedirlo prestado- un «aparente» y oscuro terno que, obviamente no tendría), sino también un verdadero abanico de conocimientos de cultura general, moral, estética, filosófica, simbólica y, obviamente, organizativa que, por otro lado, la clasista sociedad «profana» de la época -salvo algunas organizaciones del liberalismo radical y, quizás, algunas instituciones cristianas-, jamás le brindaría tan fácilmente.

Es decir, que si uno cualquiera de los miles de proletarios que se iniciaron en la masonería a lo largo del diecinueve, llegaba a ayudar en secretaría o a ser «Secretario», «Orador», o cualquier otra «dignidad» del «taller» o, simplemente, a «trabajar» en logia «trazando» «piezas de arquitectura» de cualquier índole o temática cultural, moral o filosófica, se le ofrecía con todo ello una excelente formación práctica para, entre otras muchas cosas, saber hablar en público, desarrollar, defender o debatir cualquier tema monográfico de discusión o formación interna y llevar, burocrática y orgánicamente, cualquier futuro tipo de sociedad reivindicativa, musical, cultural o de ocio y entretenimiento que él mismo quisiese crear con otros miembros de su clase social. Porque con toda su esotéricamente iniciática experiencia en el misterioso y discreto círculo «de la Acacia», no olvidemos que aquel humilde obrero aprendía también a: abrir libros de registro personal, de actas, de contabilidad, de cuotas, hacer expedientes, estadillos personales, llevar la correspondencia, etc., etc., etc.

Además, sus «hermanos» de logia le enseñaban a practicar la democracia interna de grupo, a responsabilizarse en el respeto a las elegidas jerarquías -más tarde secretarios, representantes o delegados de su sindicato, agrupación política u orfeón si fuese el caso-. Asimismo, lo educaban para saber conducirse consigo mismo primero, por medio de una mística e íntima moral interior, y con los demás integrantes de su grupo y de la sociedad en general después, por medio de una laica, cívica y autodisciplinada práctica de ética social. Deontología masónica de antigua y humanista tradición protestante que, a cualquier bien formado anarquista de los siglos XIX, XX y actual, desconocedor de la idiosincrasia masónica, fácilmente identificaría como «tribalmente» propia, así practicase la moral bakuninista, la spenceriana o la kropotkiana.