En general, hasta bien entrado el siglo XX, en la mayoría de las sociedades las mujeres han sido consideradas inferiores respecto a los hombres. Probablemente, el origen de esta idea esté en la mayor fuerza física de los hombres y en la situación de dependencia temporal de las mujeres cuando están embarazadas y tienen hijos pequeños.

Estas diferencias entre hombre y mujeres, junto con las condiciones de vida, que han sido con frecuencia extremas, con grandes dificultades para sobrevivir y alimentar a los miembros de los grupos, han podido ocasionar un dominio del hombre sobre la mujer. A ello se une el nivel cultural bajo o inexistente de tales grupos humanos y la existencia de sociedades autoritarias, en las que el poder ha sido ejercido desde un rey hasta los súbditos, pasando por una serie de clases sociales jerarquizadas: nobleza, guerreros, monjes, pequeños propietarios, comerciantes y campesinos y –finalmente- mujeres y niños, metidos juntos en una misma categoría social de irrelevancia y sumisión a los hombres.

En gran parte de las sociedades tradicionales, la educación de las mujeres se ha limitado a aprender habilidades del hogar y se han encontrado subordinadas a la autoridad de sus padres primero, y de sus maridos después. Si bien existieron en la historia civilizaciones que otorgaron a la mujer un papel de privilegio (las reinas egipcias o bizantinas por ejemplo), con frecuencia fue más producto de la jerarquía (hija de un rey o de un noble) que de la aceptación de las mujeres en las estructuras de poder.

El caso es que la mujer ha quedado relegada al ámbito privado, quedando la participación pública exclusivamente en manos de los varones.

A mediados del siglo XVIII, con los filósofos de la Ilustración, se comenzó a considerar la igualdad entre varones y mujeres. A pesar de ello, todavía eran voces aisladas y el trabajo femenino era equiparable al trabajo de los niños, y sus salarios eran controlados por sus padres o maridos.

En 1910 se realizó en Copenhague la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, donde se propuso que se estableciera el día 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer en homenaje a las primeras mujeres que se organizaron buscando mejorar su situación luchando por sus derechos. Durante la primera mitad del siglo XX la situación de la mujer fue un lento peregrinar, con avances muy pequeños en los países de occidente.

No obstante, en la década de los años 60 del siglo pasado, los cambios en el mundo dieron impulso a los nuevos movimientos feministas. Se propusieron demostrar los prejuicios que existían en el mundo sobre tareas “naturales” femeninas o masculinas.

La labor de estos grupos permitió superar –poco a poco- la discriminación política, económica y social que sufrían las mujeres.

A pesar de que en la actualidad la situación de la mujer ha mejorado mucho, todavía queda bastante por recorrer. Por ejemplo, diversos estudios muestran cómo los sueldos de las mujeres son un 30% inferiores a los de los varones. Al mismo tiempo, el acceso a altos cargos públicos también es desigual.

Por otra parte, existen en nuestra sociedad actual muchos prejuicios relacionados con el sexo; por ejemplo, que las mujeres conducen peor que los hombres y sin embargo las estadísticas de accidentes automovilísticos muestran lo contrario.

En suma, el reconocimiento de los derechos políticos, sociales, económicos y de todo tipo  de la mujer ha sido el resultado de un largo proceso de lucha. En la actualidad, si bien se registran grandes avances respecto al pasado, la situación de la mujer respecto al hombre continúa siendo muy mejorable.

Themys de Cassia Moura de Carvalho