Para el silencio

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En ocasiones uno tiene la suerte de encontrarse con pequeñas joyas en internet, la que sigues es para mi una de ellas. Perdonadme que no cite al autor pero es desconocido, dice así:

El Aprendiz Masón, tiene como deber y obligación principal, la de mantener silencio, su síntesis filosófica tiene una premisa fundamental; Saber Pensar, Saber Dudar, Saber Callar. (…) este silencio es la base de la sabiduría, y punto de partida para el autoconocimento por parte del individuo, esa reflexión interior, estado de absoluto control de los pensamientos para mantenerlos enfocados y concentrados en la observación para luego aprehender conocimientos o simplemente formar conciencia de lo observado, es la ejecución y puesta en práctica del deber más importante para un Aprendiz Masón

Hace una semana os leía la piedra aportada por alguien que se sienta en nuestra columna del norte sobre este mismo asunto y porque me parecía que era la mejor demostración de cómo se lleva a cabo el trabajo según el método masónico: reflexionando y adoptando la conclusión que consideremos pertinente, se halle de acuerdo o no con lo que en el Taller se nos exige.

Creo que con aquella piedra, más esta pequeña aportación anónima, podemos centrar de forma adecuada los términos sobre el estado de la cuestión que nos ocupa.

Hemos escuchado entre estas mismas columnas autorizadas voces discrepantes en basadas en enfoques más en relación con lo práctico, “con que criterio, más allá de la confianza en el buen saber hacer del 2º Vigilante, puedo dar mi voto para que una Aprendiza o un Aprendiz reciban su salario”, como si no hubiera otra manera de conocer la actitud, más allá de la aptitud que también obviamente de una Hermana o un Hermano para ir un paso más allá.

Hemos escuchado, también, voces no menos autorizadas que nos decían que esto no era un cenobio, ni institución monacal y se perdían por los vericuetos de una pretendida transmisión oral como fundamento para liberar a nuestras aprendizas y aprendices de lo que consideran una especie de castigo, la pérdida de algo fundamental: la palabra, como si realmente cualquiera de quienes se sientan en la columna del norte tuviera algo trascendental que comunicarnos y que no pudiera esperar a “pasado mañana”, una vez Compañera o Compañero y con el poso y el conocimiento adquirido transmitirnos eso mismo sobre una cuestión que afecte a los aprendices, es decir a cualquiera de nosotros.

Por otra parte, y aunque fuese cierto que en masonería lo primordial fuese la transmisión oral,  no cabe duda de que esta se hace desde el Maestro al discípulo y no al contrario, por lo que el argumento carece de cualquier valor argumentativo.

Vivimos en una sociedad en la que el ruido se convierte en cacofonía que cada día suma más decibelios con el fin de que el último que llega pueda hacer oír su voz para no comunicar más que el vacío, la nada. La reflexión se ha perdido para dar paso al apresuramiento en la respuesta urgente, inmediata, en ocasiones para repetir lo ya dicho por alguien unos minutos antes. La pulsión por hablar se ha trasladado a las redes sociales, y así nos encontramos con que se postean noticias atrasadas por la sencilla razón de que quien la cuelga no se molesta en comprobar si eso ya está dicho por más vieja que sea la noticia o el chascarrillo.

Ruido, ruido y más ruido y algunos pretenden trasladarlo a este lugar en el que se venera la reflexión y el aporte de calidad, nunca banal ni gratuito, que nace precisamente del silencio.

Es necesario, y hoy más que nunca, aprender a escuchar el silencio, recrearnos en él, disfrutar con él, y desde ese silencio aguzar nuestros sentidos para ver, oler y entender lo que ocurre en el espacio enmarcado por la cuerda de 24 nudos.

En silencio observamos con más atención, tanta que hasta apreciamos los errores cometidos por quienes han ido un poco más lejos. En silencio escuchamos y aprendemos, y hasta discrepamos internamente, imagino, y ese aprendizaje, esa discrepancia, será la que mañana podremos trasladar mediante nuestro pensamiento reflexivo, meditado, pesado y justo al resto de Hermanas y Hermanos.

Escuchábamos hace una semana que quien hablaba de su experiencia sobre el silencio había conseguido trasladar esa vivencia al exterior de la logia, a su vida profana. ¿Qué quiere decir eso? En mi opinión que quien hablaba se había dado cuenta de la importancia de, en ocasiones, permanecer en silencio. A veces vemos como en el mundo profano alguien se empeña en pisar la palabra a quien la tiene en un momento dado, es evidente que quien así actúa aún no ha interiorizado la importancia del silencio, debemos ser pacientes y esa paciencia se adquiere mediante la práctica de permanecer voluntariamente callados.

Voluntariamente, porque aquí se entra libre y libremente se asumen determinadas maneras de comportarse. No se coarta la libertad de nadie porque al entrar aquí se ha entregado una parte de ella en beneficio de todas y todos, y se traspasa el umbral sabiendo que el silencio forma parte de la vida de quien se sienta en la Columna del Norte.

Querida Hermanas y Hermanos, os habla alguien que no disfrutó de esa etapa de silencio, quizás por eso y una vez comprendido el porqué de la cuestión la defienda con este entusiasmo. No se trata de robar el derecho a expresarse sino a proporcionar el de reflexionar sin presión.