A pesar de que todas, todas, nuestras convocatorias cierran el Orden del Día con el punto dedicado al ágape, parece que no somos capaces de interiorizar que este forma parte indisoluble de la Tenida.

¿Qué quiere esto decir? En primer lugar que, de alguna manera, no hemos vuelto del todo al mundo profano; después que aunque sin ritual, en el taller, en la calle, en el trabajo, en cualquier momento y lugar en el que nos encontremos somos francmasonas y francmasones, y que así pues debemos comportarnos como tales.

Es evidente que es un momento distendido, no celebramos los ágapes con ritual lo que no empece para que, en un momento de “alegre camaradería”, mantengamos bien presente que nuestro comportamiento debe sujetarse a unas normas que son las que guían nuestra vida en tanto que miembros de la cofradía de los Hijos de la Viuda.

No es lugar para pontificar aprovechando la libertad de la que carecemos cuando los trabajos se encuentran abiertos y el ritual marca, mediante la triangulación de la palabra, unos tiempos precisos sobre cuando y cómo hablar.

No se trata de tomar la palabra y no soltarla, ya que el silencio es igual de importante en tiempo sagrado como en tiempo profano. Tampoco para que la necesaria mesura en el tono, tan bien ejecutada en Tenida, se pierda por un mal entendido concepto del relax.

Tampoco es lugar para el mal uso del lenguaje o la broma zafia, cuestiones que deberemos cuidar en cualquier momento y lugar.

No es lugar para el chismorreo si es que alguno hay para eso, ni para que nadie se explaye contando aquellas cuestiones que “no son de tu grado”, pues no debemos olvidar que los ágapes son siempre en Primer Grado e incluso con la presencia de profanos, cuestión esta última que nos debería llevar a tener más cuidado si cabe sobre nuestro comportamiento.

Es el momento en el que el concepto de servicio se hace presente sin que ello suponga menoscabo de lo que cada cual es, un ser humano igual a cualquiera de los otros allí presentes, y aunque determinadas tareas nos sirvan para pulir o desbastar determinadas maneras de ser que casan mal con lo que como francmasonas y francmasones esperamos llegar a ser algún día.

Por contra de lo anterior, es el ágape momento en el que Aprendizas y Aprendices pueden aprovechar para cambiar impresiones con otras Hermanas y Hermanos, hacer uso de la palabra para pedir, si procede, alguna aclaración a lo escuchado poco antes y hasta para aportar esa pequeña piedra que el ritual les impide poner en la construcción cuando el resto de Hermanos y Hermanos se afanan en ella.

Por otra parte, el Ágape es el momento en el que se aporta la argamasa que afianza la construcción a las que todos contribuimos, porque no podemos olvidar que no hay mejor manera de culminar una jornada de trabajo que compartiendo aquello que, además de alimento, nos permite poner en práctica eso que algunos llaman socialización, y que en el fondo es una de las cosas que nos diferencian de aquellos otros animales menos racionales. Comemos en un acto de confraternización más allá de la simple satisfacción de una necesidad biológica.

Recordemos pues, Queridas Hermanas y Hermanos, que el ágape forma parte indisociable de la Tenida y que asistir a él es de tan obligado cumplimiento y merece las mismas excusas que la Tenida, las mínimas posibles.