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Durante la celebración del solsticio de invierno, para mí, mi primera tenida, pasé por todas las fases posibles que pueda un ser humano imaginar. Mi presencia en la celebración del solsticio me ha ayudado a consolidar la iniciación, quizás porque me cuesta digerir las sensaciones. Creo que tengo un poco más claro dónde estoy y por qué.

Mientras se desarrollaban los trabajos, enredada en mi mundanal ruido, trasladaba los diálogos preguntándome cosas tales como ¿Por qué al final de mi día no siento ni reposo ni merecido? ¿Por qué, según lo que se dice en el ritual, cree el masón que para un profano la naturaleza se adormece o reposa? Esto me lleva a plantearme preguntas y más preguntas: ¿Por qué un profano no puede sentir como un masón? Yo no me siento distinta en el pensar o sentir por el mero hecho de haberme iniciado, sino por otras razones.

Pero también me agradaron cosas como oir que el aprendiz es la luz más preciada porque es el futuro. Caí en la cuenta de que el futuro es esperanza y no desesperanza como yo lo veo.

A medida que escribo descubro cómo veo el mundo, qué actitudes he tomado ante la vida, qué significado le he ido dando a las cosas.

La ceremonia del solsticio me hizo comprender que los Oficiales no portaban un collar sin más, sino que se comprometían; de repente sentí que iba en serio, que no era una simple representación, que las palabras tomaban forma. Hubo dos momentos en los que me emocioné especialmente, durante la lectura, por un Maestro de la Logia Auzolan, de una plancha sobre la fraternidad y cuando habló mi Venerable Maestra y se pusieron, nos pusimos, los Hermanos de mi logia al orden. De repente exclamé para mis adentros: “¡Ésta es mi familia!”

Sentí orgullo por pertenecer a una logia en la que el grado de compromiso era visiblemente numeroso. Es en ése momento donde comprendí el alcance de todo esto.

La hospitalidad de una Hermana, mi Segunda Vigilante, me ayudó a dar un paso más, abrirme, olvidarme de miedos, prejuicios, complejos  y entender cómo se traslada la masonería fuera de la logia, tomar conciencia de lo que somos en este mundo. Dos realidades que conviven y a pesar del poco tiempo que dura la convivencia masónica, deja un poso bastante profundo que permite trasladarlo a la cotidianidad, percibir la cordialidad y en ocasiones, un paso más allá.

Cada vez me afianzo más en que este tiempo de silencio me ayudará a conocerme mejor, a apaciguar mi espíritu beligerante, templar mi carácter  para poder obrar con más rigor y ser un poco más feliz.

Eva