He de decir que lo primero que se me ocurre es preguntarme si la masonería tiene algún papel que jugar en la búsqueda de una solución a la crisis actual, he de manifestar que invariablemente la respuesta es afirmativa y con la misma persistencia lo siguiente que me acomete es la duda sobre cual habrá de ser ese papel.
En primer lugar debe quedar claro que no existe eso que la gente llama, de una manera genérica, masonería; no existe en tanto en cuanto cuerpo organizado aunque sí, es bien cierto, que bajo diferentes aspectos y con diferentes enfoques existe una comunidad universal que tiene en común un conjunto de viejas tradiciones, que con el paso del tiempo las ha reinterpretado de una u otra manera lo que ha dado lugar ha diferentes maneras de entender la sociedad y los caminos por los que debe discurrir.
No existe, por tanto, una internacional masónica aunque sí una Obediencia que tiene en su Constitución internacional el espíritu de traspasar fronteras y tender hacia la universalidad. Aún en este caso, o quizás por su propia esencia universalista, no se puede hablar de homogeneidad aunque sí -por supuesto- de un espíritu y unos fines últimos comunes, aunque el camino para llegar a ellos sea tan diferentes como las ideas distintas, variadas y enriquecedoras, en su propia diversidad, de sus miembros.
El papel de la masonería será, por tanto, el que sus miembros quieran aunque no deberíamos olvidar algunas cuestiones importantes que marcarán el camino por el que se deba discurrir. Si hablamos de una construcción en común parece bastante claro que habrán de ponerse sobre la mesa algunas reglas mínimas que faciliten la cooperación y que impidan que determinadas posturas puedan venir a perturbar ese trabajo en común.
Quizás el más antiguo texto masónico, tan anticuado en tantas cosas, conserve aún la clave de como desarrollar el trabajo en conjunto en un mundo de amplia diversidad de opciones ideológicas: dejar a un lado los planteamientos partidarios y centrarse en lo esencial, en aquello que realmente une. Cada masón y cada masona puede escoger, como individuo, la opción ideológica que considere más adecuada, podrá trabajar por y para ella pero nunca deberá tratar de imponerla como modelo por el que se deban guiar el resto de Hermanas y Hermanos. Incluso esa opción debe encontrarse en perfecta sintonía con los principios que informan la filosofía vital del grupo al que se adscriba ya que, de otro modo, vivirá en una continua esquizofrenia entre su opción profana, y su acatamiento libre y voluntario a una forma de entender la vida y la sociedad que se resume en la divisa adoptada por la masonería liberal: Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Esa divisa forma un conjunto inseparable en el que cada una de sus partes tiene el mismo peso que los demás, ninguna de las tres tiene más preponderancia que las otras, ninguna puede quedar separada y olvidada. La pérdida de cualquiera de ellas invalida la fórmula y convierte la divisa en algo carente de sentido y significado.
Parece que una vez sentadas las bases en las que se mueve la masonería en cuanto a sociabilidad homogénea, dentro de su natural heterogeneidad producto de la suma de las ideas de sus miembros, podemos enfocar la manera en la que un cuerpo masónico puede enfrentar la crisis social, política y económica en la que nos encontramos inmersos.
No será, es imposible por la propia heterogeneidad de sus miembros, desde una acción política partidaria ya que no existe la posibilidad de que todos ellos pertenezcan al mismo partido político. No será por la capacidad cuantitativa de influencia de sus miembros ya que, incluso en países con una larga y arraigada tradición masónica, su número no es el suficiente como para tener esa capacidad. ¿Qué queda entonces? Seguramente lo más difícil, tratar de influir desde un status cualitativo, desde una posición equiparable a la de ser la conciencia ética de la sociedad, asumida desde el convencimiento de no tener la exclusiva de nada, y de ser capaces de cooperar con otros grupos que partan de la misma posición. La vieja máxima de unir lo disperso que pasa por no hacer nada que ponga en riesgo esa unidad ya que su ruptura sería el principio del derrumbe del edifico que se está tratando de construir.
Llegados a este punto parece claro que cada masona, cada masón debe tratar de influir con su ejemplo, con sus opiniones, en el espacio social en el que se mueva desde una posición ética y crítica, de tal manera que las ideas básicas contenidas en la divisa masónica sean asumidas como propias por el mayor numero posible de personas.
No tenemos la fuerza del número, pero si la que nos proporcionar el saber que trabajamos por conseguir un mundo más justo, y sin que ello suponga para ninguno de nosotros y nosotras más prebenda que la de saber que hemos cumplido con aquello a lo que libremente nos comprometimos el día en que fuimos iniciados franc-masones.