Esta manida frase de Fray Luis de León en su regreso a la Cátedra tras los cincos años de ausencia por esa especie de peculiar «año sabático» con que la Inquisición regalaba a aquellos que se apartaban del «verdadero camino», nos puede servir de leit motiv para este post de arranque del curso unos pocos días después de haber celebrado el Día Internacional del Librepensamiento.
¿Debería volver sobre la relación, estrecha, entre alguna masonería y el librepensamiento? Siempre es oportuno insistir en los aspectos virtuosos de aquello en lo que creemos y más si, como en éste caso, se trata de alumbrar un nuevo curso.
No es el librepensamiento la facultad de pensar con libertad, que a nadie se le priva de dejar volar sus ideas allá a donde considere conveniente o agradable, sino un ejercicio mucho más complejo y arriesgado por el que nos dedicamos a observar con mirada crítica aquello que ocurre en nuestro derredor y tratar de separar el grano de la paja.
Si la masonería, aquella en la que nos movemos quienes nos acogemos al paraguas de la Orden masónica Mixta Internacional, trata de ser una escuela de ciudadanos, está claro que la primera obligación que debemos impornernos es la de abandonar el muelle pensamiento único, y adentrarnos en la práctica de esa otra manera de asomarnos a la vida que es la de adoptar posiciones críticas, incluso ante aquello que nos pueda resultar más próximo y afín.
La práctica del librepensamiento se convierte sin la menor duda en un ejercicio arriesgado, de escaso o nulo beneficio material aunque sí nos proporcione una íntima satisfacción, la que se deriva de haber sido capaces de no dejarnos embaucar por quienes tiene como oficio el adormecer a la ciudadanía.
Volvemos a esa suerte de gimnasio de la mente que es la logia, tras un pequeño periodo de descanso en el que no habremos dejado de practicar aquello para lo que nos entrenamos desde el día en que recibimos la Luz, la del conocimiento -aunque mejor sería decir aquella que nos muestra el camino de conseguirlo-, que no la que se desprenda de revelación sobrenatural alguna.
Bien es cierto que dentro del respeto que nos merece el pensamiento ajeno, deberemos admitir como algo normal el que algunos de nuestros hermanos se muevan entre la Luz del conocimiento y aquella otra que parece provenir de otro tipo de conocimiento menos racional que no menos razonable.
A pesar de lo afirmado en el párrafo anterior, parece que no existe incompatibilidad, a la vista del modo de pensar de algunas de nuestras Hermanas y Hermanos, entre buscar el conocimiento y pensar que existe algún tipo de ente supremo por encima de la razón y muy próximo, entiendo yo, al sentimiento. Afortunadamente trabajamos en un lugar que parte de la necesidad de reunir lo disperso para edificar el gran Templo, laico, de la Humanidad y esto nos permite compartir experiencias que, de otro modo, serían impensables.